Al tomar un taxi, por ejemplo, hasta la persona más callada del mundo habla sin dudar para indicar al conductor su destino, ya que el conductor no tiene idea de adonde ir. Ir sin rumbo establecido, sería un desperdicio de tiempo y dinero.
Hay un propósito en todas nuestras acciones.
¿Y si alguien preguntase cuál era la razón de vivir?
¿Qué respondería usted?
Ciertamente, la vida es una sucesión de conflictos. La angustia de la adolescencia y la presión del grupo, son reemplazadas por la lucha por conseguir un trabajo, por las dificultades de supervivencia o quizás por la superación de una enfermedad o sobrellevar la vejez.
Sufrimos con relaciones conflictivas, somos víctimas de accidentes y desastres, pasamos por crisis económicas, estamos expuestos a los caprichos de cualquier evento inesperado.
¿Por qué siempre vivimos enfrentando estas dificultades?
Si el propósito de la vida no fuera esclarecido, incentivos, por bien intencionados que sean, del tipo «¡Lucha y supera las dificultades!», «¡Nunca te rindas!». o «¡No te mates!», sonarán como el chasquido de un látigo para alguien que corre en círculos, sin una meta definida.